Siempre que nos ponemos melancólicos y recordamos el pasado de nuestra
cansada y desgajada nación, no hacemos más que recordar los siglos XVI y XVII,
pero hay que hacer justicia a tantos otros compatriotas que son por lo general
olvidados. Por eso hoy voy a hablar de la España de las Luces, periodo de
nuestra historia que muchas veces es eclipsado por las proezas de tiempos
anteriores, sin darnos cuenta de que en muchos aspectos el siglo XVIII supera
con creces a estos, no sólo en la capacidad de los gobernantes, sino también en
hazañas y epopeyas, tanto en el ámbito castrense como en el de las ciencias y
las humanidades.
Así pues, hace ya casi tres siglos, mientras las archiconocidas líneas de
casacas rojas, (no en vano famosas), salían victoriosas de enfrentamientos
contra potencias europeas como Francia y pasaban por encima de los indios de
Norte América y el Canadá, en Cartagena de Indias eran una y otra vez repelidos
por un ejército español ocho veces inferior al suyo. Y es que la España de
aquella época de pelucas empolvadas y de uniformes vistosos era todavía una
gran potencia, muy temida por sus vecinos. Hay un mito que desmontar, la
grandeza de España no acaba con los Austrias, es más, podría decirse que tras
la desastrosa política de los últimos tres monarcas Habsburgo, España y su
Imperio vuelven a florecer con los primeros Borbones.
Los Austrias habían dejado una nación endeudada, con vagabundos y muertos
de hambre por las calles, nación que se había quedado atrasada social e
intelectualmente con respecto al resto de Europa, siendo saneada y modernizada
por un monarca al que muchas veces no se le reconoce la importantísima labor
que llevó a cabo, acordándonos solo de las obras arquitectónicas que realizó en
la capital del reino. Este fue Carlos III.
Durante los años de su reinado le dio a España oxígeno suficiente para conservar
el Imperio unas cuantas décadas más. Pero no sólo eso, su legado más importante
fue la modernización de las obsoletas instituciones civiles y militares de
nuestro país. Impulsó el humanismo y la
ciencia, tratando de equipararnos a los vecinos europeos. Prohibió la antigua
moda de la capa y el sombrero, que ya había desaparecido en todas partes menos
en la atrasada España, moda que debido al anonimato que permitía al portador de
tales atuendos, llevaba a continuos acuchillamientos y trifulcas en las calles
de las ciudades españolas. Durante estos años tuvimos además en el ámbito
militar, la mejor flota que haya tenido nuestro país en toda su historia. Y un
navío en concreto cuya potencia de fuego no pudo ser equiparada incluso un
siglo después de su destrucción, el Santísima Trinidad. Además de las conocidas
Ordenanzas Militares, que modernizaron el ejército pasando de un ejército de
soldados y mercenarios sin ningún tipo de uniformidad, que no había sido
reformado desde hacía dos siglos cuando el Gran Capitan sentó las bases del
Tercio, a uno de los ejércitos mejor preparados y modernos de Europa, ejército
este que todavía daría bastantes dolores de cabeza a potencias como Gran
Bretaña, con sendas derrotas en lugares como Florida y Cartagena de Indias.
Y es que, si el siglo XVIII nos suele recordar a los amanerados gabachos y
a los casacas rojas británicos, no nos debemos olvidar de que los bajitos y
feos españoles todavía tenían bastantes proezas que realizar en el panorama
mundial.
En recuerdo de patriotas como Blas de Lezo, Melchor Gaspar de Jovellanos,
José de Mazarredo, Ignacio de Álava, Gaspar de Portolá, Mauricio de Zábala y el
propio Rey Carlos.
Ignacio Fernández Bances