domingo, 3 de noviembre de 2013

Los patriotas olvidados

Siempre que nos ponemos melancólicos y recordamos el pasado de nuestra cansada y desgajada nación, no hacemos más que recordar los siglos XVI y XVII, pero hay que hacer justicia a tantos otros compatriotas que son por lo general olvidados. Por eso hoy voy a hablar de la España de las Luces, periodo de nuestra historia que muchas veces es eclipsado por las proezas de tiempos anteriores, sin darnos cuenta de que en muchos aspectos el siglo XVIII supera con creces a estos, no sólo en la capacidad de los gobernantes, sino también en hazañas y epopeyas, tanto en el ámbito castrense como en el de las ciencias y las humanidades.

Así pues, hace ya casi tres siglos, mientras las archiconocidas líneas de casacas rojas, (no en vano famosas), salían victoriosas de enfrentamientos contra potencias europeas como Francia y pasaban por encima de los indios de Norte América y el Canadá, en Cartagena de Indias eran una y otra vez repelidos por un ejército español ocho veces inferior al suyo. Y es que la España de aquella época de pelucas empolvadas y de uniformes vistosos era todavía una gran potencia, muy temida por sus vecinos. Hay un mito que desmontar, la grandeza de España no acaba con los Austrias, es más, podría decirse que tras la desastrosa política de los últimos tres monarcas Habsburgo, España y su Imperio vuelven a florecer con los primeros Borbones.

Los Austrias habían dejado una nación endeudada, con vagabundos y muertos de hambre por las calles, nación que se había quedado atrasada social e intelectualmente con respecto al resto de Europa, siendo saneada y modernizada por un monarca al que muchas veces no se le reconoce la importantísima labor que llevó a cabo, acordándonos solo de las obras arquitectónicas que realizó en la capital del reino. Este fue Carlos III.

Durante los años de su reinado le dio a España oxígeno suficiente para conservar el Imperio unas cuantas décadas más. Pero no sólo eso, su legado más importante fue la modernización de las obsoletas instituciones civiles y militares de nuestro país.  Impulsó el humanismo y la ciencia, tratando de equipararnos a los vecinos europeos. Prohibió la antigua moda de la capa y el sombrero, que ya había desaparecido en todas partes menos en la atrasada España, moda que debido al anonimato que permitía al portador de tales atuendos, llevaba a continuos acuchillamientos y trifulcas en las calles de las ciudades españolas. Durante estos años tuvimos además en el ámbito militar, la mejor flota que haya tenido nuestro país en toda su historia. Y un navío en concreto cuya potencia de fuego no pudo ser equiparada incluso un siglo después de su destrucción, el Santísima Trinidad. Además de las conocidas Ordenanzas Militares, que modernizaron el ejército pasando de un ejército de soldados y mercenarios sin ningún tipo de uniformidad, que no había sido reformado desde hacía dos siglos cuando el Gran Capitan sentó las bases del Tercio, a uno de los ejércitos mejor preparados y modernos de Europa, ejército este que todavía daría bastantes dolores de cabeza a potencias como Gran Bretaña, con sendas derrotas en lugares como Florida y Cartagena de Indias.

Y es que, si el siglo XVIII nos suele recordar a los amanerados gabachos y a los casacas rojas británicos, no nos debemos olvidar de que los bajitos y feos españoles todavía tenían bastantes proezas que realizar en el panorama mundial.

En recuerdo de patriotas como Blas de Lezo, Melchor Gaspar de Jovellanos, José de Mazarredo, Ignacio de Álava, Gaspar de Portolá, Mauricio de Zábala y el propio Rey Carlos.


Ignacio Fernández Bances



viernes, 8 de marzo de 2013

Foros Imperiales II




Tras pasar junto al Anfiteatro Flavio y visitar el majestuoso templo de Venus y Roma en la anterior entrada, retomamos nuestra andanza por las calles de la ciudad más influyente de todos los tiempos...

Así pues, subimos por la calle empedrada que nos había indicado el mercader, hasta llegar al arco que se encuentra al final de la misma. Al pasar junto a él observamos unos relieves en el interior, en los que se vislumbran figuras de legionarios portando objetos del templo de Salomón de Jerusalén, destruido durante la campaña de Tito en Judea años antes. Unos metros más allá, nos encontramos ante un edificio y en el lado derecho de este, una calle que baja hacia las basílicas, la Via Sacra. Tomamos la calle bordeando el edificio. La famosa casa de las vírgenes vestales.

Estas mujeres eran las sacerdotisas de Roma, encargadas de mantener vivo el fuego del Templo de Vesta símbolo de la ciudad. En él convivían las seis vestales, así como las que tras treinta años se retiraban del cargo y habían decidido no contraer nupcias y permanecer en el templo. Además, también estaban las jóvenes aprendices que habían sido seleccionadas por el Pontifex Maximus entre las más bellas niñas de clase patricia.
Mientras bajamos por la Via Sacra podemos ver a una joven vestal asomada a la ventana, probablemente descansando de los preparativos de la fiesta de las Vestalias que se celebra una vez al año en Iunius, mes en el que nos encontramos. Esta misma tarde es la inauguración de las fiestas en el Foro. Nosotros de momento seguimos con nuestro paseo, pero volveremos para presenciar este memorable evento.

Pasada la casa de las sacerdotisas, observamos que junto a ella, un poco más abajo, hay un templo, si bien no tan grande como los que lo rodean, no menos bello. Se trata de un tolos o templo de planta circular. Este es el templo que guarda en su interior el fuego sagrado, el cual si se apagaba representa un mal augurio para la ciudad, así como la ejecución de las vestales por su negligencia. Junto a éste se encuentra otro edificio de unas dimensiones tampoco muy grandes. Es la Regia, en la que se guardan los archivos de los pontífices. Frente a él observamos unas lanzas puestas en vertical, dedicadas al dios de la guerra Marte. Hemos oído contar que en los tiempos de los grandes generales como Sila y Mario, el edificio estaba dedicado a los numen o dioses tradicionales. Por si acaso, nos detenemos unos minutos frente a este edificio y recitamos algunas oraciones y peticiones de protección a los dioses patrios.


Después de la oración personal seguimos bajando la calle con el alma más tranquila, dejando a la izquierda un ruinoso arco dedicado a un victorioso general republicano. Giramos la cabeza hacia la derecha y vemos dos imponentes templos. Uno es el dedicado al divino Rómulo, fundador de nuestra querida ciudad. Más allá, a unos cien metros de donde nos encontramos, tras un largo pórtico de innumerables columnas, podemos vislumbrar el tejado del Templo de la Paz, construido por Vespasiano. Realmente impresionante... de repente nos vemos de bruces contra una escalinata. Que torpes, tanto mirar a los lados en vez de mirar por dónde vamos. Nos hemos tropezado con la escalinata del templo de divo Iulio que se encuentra justo donde la calle se bifurca. Tras incorporarnos, miramos alrededor por si alguien ha visto nuestra estúpida caída (demasiado ocupado está el gentío en sus tareas como para mirar), frotamos nuestra dolorida pierna y seguimos caminando.

Cogemos la calle que pasa a la derecha del templo y llegamos a un espacio abierto, el Foro Romano esta ante nosotros en todo su esplendor, por él gentes de todas las clases sociales, mercaderes, plebeyos, libertos, patricios y esclavos se pasean y realizan sus negocios matutinos. A nuestra derecha, un hombre está vociferando el precio de unos esclavos, que subidos en un entablado de madera esperan a que les compren, desnudos y cabizbajos, sin conocer lo que el futuro les deparará, lejos de sus hogares y familias. Uno acaba de ser vendido al mejor postor, la suma ha sido alta pues el esclavo es un hombre grande y musculoso, probablemente un guerrero de más allá del limes. Su comprador viste una túnica de color azul oscuro, un claro intento de imitación del caro púrpura, únicamente accesible a los más adinerados. Además de los ostentosos anillos que lleva en sus gruesos dedos, una gran cantidad de cadenas de oro cuelgan de su cuello. Probablemente se trata del propietario de un ludus o escuela de gladiadores. Sobre el entablado quedan un hombre de anciana edad, probablemente sirva de comida para perros, también hay una joven de unos diecisiete años y un niño de unos diez, que más que una persona parece un saco de huesos. El mercader tras contar por segunda vez los denarios que le ha dado el comprador, sigue vociferando las gracias y virtudes de su mercancía.


Una leve brisa trae hasta nosotros un olor a especias y pan recién horneado, nos damos la vuelta y vemos la Basílica Emília, se trata de un largo edificio de tres pisos, los dos primeros con columnatas marmóreas y un tejado a dos aguas de teja rojiza. En el primer piso vemos diversos puestos y tabernas. Nos dirigimos hacia allí con la intención de reposar un rato y descansar bajo alguna sombra del abrasador sol del verano mediterráneo. Subimos unos escalones y pasamos bajo el pórtico. A unos metros de donde nos encontramos hay un pequeño local sobre el que están rotuladas las siguientes palabras "Baco domus", seguro que tienen buen vino. El local está abierto a la calle, así que nos sentamos en un taburete frente al mostrador y pedimos una jarra de vino de Campania. Mientras saboreamos el buen vino de la región de Pompeya nos giramos para observar el lugar más cosmopolita del mundo conocido y a sus gentes... Continuará.