Tras pasar junto
al Anfiteatro Flavio y visitar el majestuoso templo de Venus y Roma en la anterior
entrada, retomamos nuestra andanza por las calles de la ciudad más influyente
de todos los tiempos...
Así pues, subimos
por la calle empedrada que nos había indicado el mercader, hasta llegar al arco
que se encuentra al final de la misma. Al pasar junto a él observamos unos
relieves en el interior, en los que se vislumbran figuras de legionarios
portando objetos del templo de Salomón de Jerusalén, destruido durante la
campaña de Tito en Judea años antes. Unos metros más allá, nos encontramos ante
un edificio y en el lado derecho de este, una calle que baja hacia las
basílicas, la Via Sacra. Tomamos la calle bordeando el edificio. La famosa casa
de las vírgenes vestales.
Estas mujeres
eran las sacerdotisas de Roma, encargadas de mantener vivo el fuego del Templo
de Vesta símbolo de la ciudad. En él convivían las seis vestales, así como las
que tras treinta años se retiraban del cargo y habían decidido no contraer nupcias
y permanecer en el templo. Además, también estaban las jóvenes aprendices que
habían sido seleccionadas por el Pontifex Maximus entre las más bellas niñas de
clase patricia.
Mientras bajamos
por la Via Sacra podemos ver a una joven vestal asomada a la ventana,
probablemente descansando de los preparativos de la fiesta de las Vestalias que
se celebra una vez al año en Iunius, mes en el que nos encontramos. Esta misma
tarde es la inauguración de las fiestas en el Foro. Nosotros de momento
seguimos con nuestro paseo, pero volveremos para presenciar este memorable
evento.
Pasada la casa de
las sacerdotisas, observamos que junto a ella, un poco más abajo, hay un
templo, si bien no tan grande como los que lo rodean, no menos bello. Se trata
de un tolos o templo de planta circular. Este es el templo que guarda en su
interior el fuego sagrado, el cual si se apagaba representa un mal augurio para
la ciudad, así como la ejecución de las vestales por su negligencia. Junto a
éste se encuentra otro edificio de unas dimensiones tampoco muy grandes. Es la
Regia, en la que se guardan los archivos de los pontífices. Frente a él
observamos unas lanzas puestas en vertical, dedicadas al dios de la guerra
Marte. Hemos oído contar que en los tiempos de los grandes generales como Sila
y Mario, el edificio estaba dedicado a los numen o dioses tradicionales. Por si
acaso, nos detenemos unos minutos frente a este edificio y recitamos algunas
oraciones y peticiones de protección a los dioses patrios.
Después de la
oración personal seguimos bajando la calle con el alma más tranquila, dejando a
la izquierda un ruinoso arco dedicado a un victorioso general republicano.
Giramos la cabeza hacia la derecha y vemos dos imponentes templos. Uno es el
dedicado al divino Rómulo, fundador de nuestra querida ciudad. Más allá, a unos
cien metros de donde nos encontramos, tras un largo pórtico de innumerables
columnas, podemos vislumbrar el tejado del Templo de la Paz, construido por
Vespasiano. Realmente impresionante... de repente nos vemos de bruces contra
una escalinata. Que torpes, tanto mirar a los lados en vez de mirar por dónde vamos.
Nos hemos tropezado con la escalinata del templo de divo Iulio que se encuentra
justo donde la calle se bifurca. Tras incorporarnos, miramos alrededor por si
alguien ha visto nuestra estúpida caída (demasiado ocupado está el gentío en
sus tareas como para mirar), frotamos nuestra dolorida pierna y seguimos
caminando.
Cogemos la calle
que pasa a la derecha del templo y llegamos a un espacio abierto, el Foro
Romano esta ante nosotros en todo su esplendor, por él gentes de todas las
clases sociales, mercaderes, plebeyos, libertos, patricios y esclavos se pasean
y realizan sus negocios matutinos. A nuestra derecha, un hombre está
vociferando el precio de unos esclavos, que subidos en un entablado de madera
esperan a que les compren, desnudos y cabizbajos, sin conocer lo que el futuro
les deparará, lejos de sus hogares y familias. Uno acaba de ser vendido al
mejor postor, la suma ha sido alta pues el esclavo es un hombre grande y
musculoso, probablemente un guerrero de más allá del limes. Su comprador viste
una túnica de color azul oscuro, un claro intento de imitación del caro
púrpura, únicamente accesible a los más adinerados. Además de los ostentosos anillos
que lleva en sus gruesos dedos, una gran cantidad de cadenas de oro cuelgan de
su cuello. Probablemente se trata del propietario de un ludus o escuela de
gladiadores. Sobre el entablado quedan un hombre de anciana edad, probablemente
sirva de comida para perros, también hay una joven de unos diecisiete años y un
niño de unos diez, que más que una persona parece un saco de huesos. El
mercader tras contar por segunda vez los denarios que le ha dado el comprador,
sigue vociferando las gracias y virtudes de su mercancía.
Una leve brisa
trae hasta nosotros un olor a especias y pan recién horneado, nos damos la
vuelta y vemos la Basílica Emília, se trata de un largo edificio de tres pisos,
los dos primeros con columnatas marmóreas y un tejado a dos aguas de teja
rojiza. En el primer piso vemos diversos puestos y tabernas. Nos dirigimos
hacia allí con la intención de reposar un rato y descansar bajo alguna sombra
del abrasador sol del verano mediterráneo. Subimos unos escalones y pasamos
bajo el pórtico. A unos metros de donde nos encontramos hay un pequeño local
sobre el que están rotuladas las siguientes palabras "Baco domus",
seguro que tienen buen vino. El local está abierto a la calle, así que nos
sentamos en un taburete frente al mostrador y pedimos una jarra de vino de
Campania. Mientras saboreamos el buen vino de la región de Pompeya nos giramos
para observar el lugar más cosmopolita del mundo conocido y a sus gentes...
Continuará.