Lugar: Campamento romano en Hispania. Siglo II antes de Cristo.
Eran las calendas de Martius y el frio calaba hasta los huesos, cualquier forma de protegerse era inutil contra el gélido y húmedo viento que soplaba con fuerza en aquellas inóspitas regiones. A la hora prima, las articulaciones estaban entumecidas tras la dura noche y más si tocaba turno de guardia.
Glabrio se sobresaltó al ver abajo en el campamento una cresta transversal moviendose entre las tiendas en dirección al lugar de la empalizada donde él se encontraba. Para resguardarse del frio, se había tenido que sentar junto a su compañero y resguardarse con su usada túnica de paseo. Rápidamente apretó las correas de las caligae, que habían quedado un poco sueltas al atarselas en la oscuridad de la noche, y terminó de limpiar una mancha de barro que tenía en la parte frontal del casco. De repente su compañero Aurelio le dió un codazo en las costillas, - Ahí llega!. Glabrio escuchó el crujir que producían los pasos de su supèrior sobre la madera. Se irguió y sacó pecho mientras sostenía el pilum con fuerza.
El Centurión Pulcher rondaba los cuarenta años, pero seguía teniendo una gran potencia física, unas anchas espaldas y unas piernas musculadas debido a las largas marchas tan habituales en el ejercito. Veterano de las legiones, había luchado en muchos frentes, contra todo tipo de enemigos, iberos, celtas de la Galia e Hispania, incluso contra los griegos. Esto no le había dejado indemne, su piel estaba marcada por cicatrices de todos los tamaños, una de ellas le cruzaba la cara, desde la ceja derecha hasta la mejilla izquierda, dandole más autoridad y fiereza cuando gritaba las órdenes. A pesar de ser un oficial estricto, era apreciado entre los legionarios.
-Salve Centurión! Pulcher se detuvo a un metro de donde se encontraban, -Salve Glario! ¿Como ha ido la guardia? ¿Alguna novedad?
-Como de costumbre a estas horas, una niebla que impide ver a más de doscientos metros señor!
-Y un frio de pelotas. Dijo por lo bajo y sin mucho acierto el joven Aurelio.
-Calla idiota. Respondió Glabrio.
De repente, Pulcher levantó su brazo y descargó un fuerte golpe con su vara de vid, típica de los Centuriones, en el brazo del incauto legionario. Glabrio recordó lo rápido que había aprendido al llegar a las legiones a obedecer a los Centuriones y a no hablar cuando no debía.
-¿Qué eres legionario? ¿Un marica fenicio? Te van las sedas púrpuras y el vino calentorro ¿verdad?. Estamos en la legión! Hoy no comes soldado, a ver si así aprendes a comportarte. Estoy cansado de niñatos como tu. Cuando yo era legionario a la mínima te mandaban un mes a limpiar letrinas!
Si había algo que Pulcher no aguantaba era la indisciplina de los novatos. En su centuria la mayoría eran soldados experimentados como Glario, pero debido a las recientes bajas, habían llegado nuevos soldados, con un par de meses de entrenamiento en alguno de los casos y Pulcher estaba empezando a perder los nervios.
Si había algo que Pulcher no aguantaba era la indisciplina de los novatos. En su centuria la mayoría eran soldados experimentados como Glario, pero debido a las recientes bajas, habían llegado nuevos soldados, con un par de meses de entrenamiento en alguno de los casos y Pulcher estaba empezando a perder los nervios.
Entonces el Centurión miró a Glabrio -Optio!, tenga listos a los hombres frente a la puerta lo antes posible. Han de llevar todo el equipo y una comida, salvo nuestro amiguito de aquí...- dijo desviando la vista hacia el dolorido Aurelio.
Iba a ser un largo día...
Iba a ser un largo día...
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